jueves, 12 de septiembre de 2013

Enamorate cuando te sientas listo, no cuando te sientas solo.
Enamorate cuando te sientas listo, no cuando te sientas solo.
Deberíamos hacer un contrato, un pacto entre tú y yo. Un acuerdo que se llame “Nos querremos siempre.” Uno que estipule que nos guardaremos en la memoria, que seguiremos el rastro cuando nos perdamos en nosotros mismos, que seremos prioridad cuando haya muchas cosas por hacer. Que una cláusula mencione hacer el amor en el mar, y en otra que yo cocino todos los días excepto los domingos. No olvidemos incluir que el primer día surcarás con las yemas de tus dedos mi piel y yo c...onoceré el sabor de cada parte de tu ser. Si quieres, que tomaré tu brazo cuando caminemos por la calle y que, de vez en vez, miraremos las estrellas. Entre las condiciones debe estar que seremos fieles, y, si estás de acuerdo, que no comeremos betabel. Por favor, agrega que nos acurrucaremos cuando haga frío, que tendremos nuestro propio lenguaje, uno telepático con miradas, una sonrisa o un guiño; que haremos travesuras para romper la rutina y la obligación de comunicarnos cuando algo nos moleste. Entre las generalidades habrá que escribir que reiremos todo el tiempo, que tendremos un apodo de cariño y me darás un millón de besos diarios, aunque estoy dispuesta a negociar. Por último, en anexos, sólo quiero anotar que puedes contar conmigo para lo que necesites, que eres mi mejor amigo, que te quiero como nunca y como siempre, que intentaré hacerte feliz todos los días.
No hagas caso de lo suspicaz de un papel, porque mi contrato no expira, está escrito en mi corazón, el primero y el único, que cuando quieras mi amor es tu refugio y tú el mío.”
“Tú debes saberlo, tengo malos hábitos y no me peino. Soy miedosa y mi risa es escandalosa, tengo cicatrices y pesadillas de vez en cuando. Lloro casi todas los días y no sé mucho de moda. Me gusta dormir tarde, despierto en la madrugada y me vuelvo loca. No huyas, quédate a ver lo bueno, eso que nadie ha visto, quédate para que te haga cariños en el cabello, para que bese tu garganta, para que te haga café aunque no sepa hacerlo. Para compartir un pan de dulce, para bañarnos o no bañarnos. Para salir a caminar, para tostarnos la carne en un día soleado. Quédate para que cenemos juntos y nos quedemos a hablar de no sé qué cosas, pero juntos. Seamos novios eternamente, con besos y abrazos eternos. Vamos a ser novios toda la vida. Sé mi novio infinito y eterno…”
“Tú debes saberlo, tengo malos hábitos y no me peino. Soy miedosa y mi risa es escandalosa, tengo cicatrices y pesadillas de vez en cuando. Lloro casi todas los días y no sé mucho de moda. Me gusta dormir tarde, despierto en la madrugada y me vuelvo loca. No huyas, quédate a ver lo bueno, eso que nadie ha visto, quédate para que te haga cariños en el cabello, para que bese tu garganta, para que te haga café aunque no sepa hacerlo. Para compartir un pan de dulce, para bañarnos o no bañarnos. Para salir a caminar, para tostarnos la carne en un día soleado. Quédate para que cenemos juntos y nos quedemos a hablar de no sé qué cosas, pero juntos. Seamos novios eternamente, con besos y abrazos eternos. Vamos a ser novios toda la vida. Sé mi novio infinito y eterno…”

domingo, 25 de agosto de 2013

Te Conoci...

Nos quedamos mirando 5 segundos.
—¿Quien eres? — preguntó, con voz grave y masculina.
— Eh, soy Annie, estaba paseando — me sacudí el cabello levemente y caí en cuenta de que no me había peinado....
El me miró de pies a cabeza.
— ¿Con una venda en la pierna?
— ¿Tú lees con una venda en la cabeza?
El sonrió.
— Touché — expreso, con acento francés, perfecto acento francés. Sentí envidia por su forma de imitarlo.
— ¿Como te llamas? — pregunté, ahora, sentándome en una silla cerca de su cama.
— Stephen, solo eso.
— ¿Por qué estás aquí?
— Problemas con la ley — subió una ceja.
— Eso no parece impresionante — dije poniendo los ojos en blanco.
— A mi no me impresiona tu venda en la pierna ¿Te caíste en la escuela?
—No, me atropellaron.
— Pudiste haber dicho "tuve una riña en la escuela" — él dejo el libro a un lado de la mesa. Su brazo estaba lleno de contusiones moradas.
— No quiero impresionarte — dije agitando mi cabello, claramente enredado.
— Me pareces conocida ¿Eres de por aquí? — se acomodo más en la cama y quedo en una posición en donde sus ojos llegaban directamente a los míos. Me dieron escalofríos.
— He vivido toda mi vida en esta ciudad.
— Creo haber nacido aquí, mudarme a Inglaterra, después a Francia, después no recuerdo y ahora estoy acá — suspiró — ¿Cuantos años tienes?
— 14 años, tendré 15 en Abril ¿Tú?
— 18 años, no te diré mi cumpleaños, mucha información confidencial — me guiño un ojo. Quizás ahora no me agradaba tanto este chico.
— ¿18? ¿Que haces en este pabellón? Pareces de 20.
— ¿Me estas diciendo viejo? — se toco su pecho. Un gesto de burla, jum.
— Yo pregunte primero — me quejé
— Bueno, pedí que me pusieran en un lugar en donde me sintiera cómodo. No quería estar entre gente arrogante o demasiado vieja. Y bueno, creo que estoy envejeciendo rápido físicamente.
— ¿Y tus padres?
Me miro con el ceño fruncido.
— Soy mayor de edad, estoy grande para que mis padres me vigilen ¿No crees?
Moví la cabeza con aprobación. Bien, este chico parecía conocido, buena onda y independiente. Me gusta su actitud, bueno, en su mayoría.
— Como sea ¿Te conozco de otra parte? — pregunte. Se parecía a Ethan, al menos en los ojos y quizás en la forma de hablar, aunque cualquier otro chico puede tener ojos así y la misma actitud. Vamos Annie, no seas paranoica.
— Quizás me viste en las noticias o en el diario — me dio una sonrisa arrogante.
Algo paso por mi cabeza.
— ¿Annabeth Blake? Tiene que volver a su habitación, tiene chequeo medico — anunció una enfermera a espaldas mías. Mierda, una idea estaba en mi mente, clara como el agua y ahora se iba.
— Será mejor que te vayas, Annie — Stephen sonrió de forma maliciosa, quizás podría compartir con él mientras me encontraba aquí.
Me paré y salí de la habitación. Mientras caminaba intentaba relacionar.
Chico extraño.
Noticias.
Diario.
Ojos turquesas.
Hospital.
Ethan.
¿Algo se relacionaba?
No pude seguir pensando, entre a mi habitación con la mente confusa y la sonrisa del doctor Hudec, un doctor canoso con ojos grises y gordito —daba la apariencia de ser Santa Claus— al lado de mi cama de hospital me daba terror.
Mi madre estaba tejiendo en un sillón, al verme lanzo una mirada reprobatoria. Oh ¿Cuando llegó?
Esto era raro, me empezó a dar picazón en manos y codos.
El doctor me indico que me sentara. Saco una lucecita y me alumbro los ojos.
— ¿Donde estabas? — Pregunto mi madre. Yo intente ignorarla.
— Con el paciente Claude Edwards, no tema, no tiene nada contagioso — la enfermera, una rubia con pequitas pequeña y risueña que ahora me parecía fastidiosa le respondió.
¿Claude Edwards? ¿Que carajo


sábado, 24 de agosto de 2013

“–Tengo que partir.
–Claro, en ese caso adiós....

–Fue un placer.
–Encantando de conocerte –Dijo jalando su mano y plasmando un ligero y fugaz beso en su mejilla”.